Manuel Crespo es un joven periodista puertorriqueño que no solo se ha ganado el respeto del público por su trabajo, sino también por la forma valiente y generosa en que habla de su piel, de su historia y de su verdad. Lo hace con una naturalidad que conmueve, con un deseo profundo de educar y romper estigmas.
Manuel vive con vitiligo, una condición autoinmune que afecta la pigmentación de la piel. Pero lejos de ocultarla, él la abraza. Y cada vez que puede, la visibiliza con respeto, empatía e inclusión.
“Yo de pequeño tenía psoriasis, desde los seis años, y es común que de una condición autoinmune pases a otra”, explicó.
Fue a los 17 años cuando notó los primeros signos de despigmentación. Para entonces, ya había desarrollado una relación de aceptación con las manifestaciones de su piel producto de la psoriasis.
“Cuando vi que me estaba despigmentando, para mí fue casi normal… ya estaba acostumbrado a tratar brotes, así que simplemente lo reconocí y se lo dije a mi mamá”, recordó.
El vitiligo no lo detuvo. Soñaba con ser médico —era fanático de las series médicas— y cuando notó los cambios, ya sospechaba lo que era. “Me autodiagnostiqué. Y en efecto, era vitiligo”.
Hoy, las manchas están presentes en sus manos, codos, cuello, rostro, rodillas y pies. Algunas se ocultan tras el maquillaje que usa en televisión para evitar el brillo de las luces, pero Manuel no las esconde por vergüenza. “Si me lo quito, hay algunas manchas por ahí… pero es parte de mí”.
Su experiencia con el vitiligo lo ha conectado con muchas otras personas, en su gran mayoría, que no conoce.
“Si te enseño mi inbox ahora mismo, vas a encontrar decenas de mensajes de personas que tienen la condición o familiares que la viven. Muchos son positivos: ‘gracias por hacerlo visible’, ‘gracias por no ocultarlo’, ‘gracias a ti he podido trabajar en mi aceptación’. Eso ha sido muy bonito”, afirmó.
Un proceso de sanación
Para Manuel, aceptar su condición ha sido esencial.
“Aprender a hacer las paces con el vitiligo me ha permitido controlarlo y evitar que avance. Ya reconozco los detonantes, como el estrés”.
Durante su bachillerato en biología —antes de cambiar a comunicaciones—, el nivel de presión y ansiedad exacerbó la condición, generando brotes notables. Pero al reencontrarse con su verdadera vocación como periodista, su salud emocional mejoró, y con ella, su piel.
Hoy, elige cuidadosamente sus refugios frente al estrés: la cocina, la escritura, los encuentros con amigos y la playa.
“Esas cosas que me dan paz en medio del caos diario del trabajo, son las que me mantienen sano, cuerdo y con la condición bajo control”, expresó entre risas.
Educar con el ejemplo
Le ha tocado responder preguntas llenas de desconocimiento. “¿Te cayó un balde de cloro encima?”, “¿Eso se pega?”. Ante eso, responde con calma. Lo toma como una oportunidad para educar. Y en lugar de cargar con el peso de la ignorancia ajena, elige fortalecer su empatía.
Ha aprendido a aceptar su diversidad como un regalo, una lección de vida. “Llevar esta historia con orgullo ha sido un camino bonito que me ha tocado vivir”.
Acompañamiento y esperanza
Manuel reconoce que vivir con vitiligo no es fácil. “Verte al espejo puede pasarte una factura emocional fuerte”. Pero también afirma que el apoyo hace toda la diferencia. Ha encontrado grupos en los que compartir experiencias le ha dado fuerzas. “Ahí te das cuenta de que no estás solo”.
Por eso, su mensaje para quienes reciben un diagnóstico es claro y esperanzador:
“Date la oportunidad de descubrir cómo la condición te va a tratar a ti. No dejes que otros escriban esa historia en tu piel”, señaló.
Además, hizo un llamado a visitar especialistas y validar si ciertos alimentos o factores ambientales pueden estar actuando como detonantes. El conocimiento y la prevención también son parte del cuidado.
Hoy, Manuel continúa su carrera frente a cámaras, en paz con su piel, con su historia, y con un propósito: que su voz sirva para que otros (grandes y niños) se abracen con más ternura.
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