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Bienestar General

Cómo apoyar a quienes padecen trastornos de la alimentación

Los trastornos de la alimentación son muy difíciles de tratar, tanto para quienes los padecen como para las personas cercanas a ellos, que a menudo se encuentran en la situación de no saber qué hacer. En este artículo hablaremos de algunos comportamientos a adoptar para apoyar a los que sufren de trastornos de la alimentación.

Cuando alguien que amas está enfermo, es normal sentir el deseo de poder ayudarle y consolarle de alguna manera.

Pero hay situaciones en las que esto es difícil, en las que no sabes qué hacer o cómo comportarte, porque la persona a la que quieres y quieres apoyar de alguna manera aparece distante, muy lejos, casi como si tu ayuda no la quisiera.

Hoy hablamos de esto, de lo que sucede cuando un hijo o hija se enferma de un trastorno alimentario como la anorexia, la bulimia o los excesos alimentarios y un padre, una madre o un padre, se encuentra con que no sabe cómo lidiar con lo que está sucediendo, algo que siente que es realmente demasiado grande, demasiado complicado.

Trastornos de la alimentación: dos puntos de vista diferentes

En primer lugar, es importante tratar de entender lo que sucede cuando una persona se enferma de un trastorno de la alimentación, que es muy doloroso y, por desgracia, muy común.

Estamos hablando de patologías que agobian a quienes las padecen no solo desde el punto de vista físico. Toda la persona se ve afectada por ella, tanto sus pensamientos, que poco a poco se ven abrumados por la enfermedad, como sus emociones, sobre las que juega la enfermedad, aprovechando los sentimientos de culpa y los miedos más profundos.

Mecanismos fuertes que, sin embargo, es difícil reconocer, los de la patología, que inicialmente se presentan como algo que no asusta, nada pero, de hecho, se presentan como algo positivo, como la sensación de poder tener todo bajo control, de poder hacerlo, de poder.

Por un lado están los que viven con la enfermedad, en cuyos ojos los otros, que tratan de hacerles entender que están enfermos y necesitan ayuda, aparecen como personas que no entienden, que no saben, que no quieren escuchar.

Por otro lado, hay madres y padres que ven a la persona más importante para ellos cada vez peor, rechazando la ayuda que necesitan para mejorar e intentar curarse.

Es natural que en todo esto haya choques, discusiones y cambios de humor. Asimismo, es natural que surjan toda una serie de otros sentimientos dolorosos, como el miedo, la impotencia, la culpa y la frustración.

Y entonces te preguntas qué puedes hacer, qué es mejor decir o no decir, cómo comportarte.

Responder a estas preguntas es difícil, porque cada situación es diferente, porque cada familia tiene su propia dinámica y porque no hay reglas comunes que sean buenas para todos.

¿Qué podemos hacer?

Sin embargo, hay algunas cosas que pueden seguirse, así como alguna atención que puede ayudar.

En primer lugar, es importante comprender y aceptar que los trastornos alimentarios son enfermedades reales y que, como tales, deben ser tratados y curados.

Sufrir de anorexia no significa no querer comer, sufrir de bulimia o de excesos de comida no significa no poder controlarse. Significa, en cambio, que la fuerza de la enfermedad es tal que se convierte en protagonista de la vida de quienes la padecen, que se encuentran prisioneros en un mundo de grandes sufrimientos.

Todo esto no significa que uno no pueda ser curado.

Se puede curar

Por eso es importante pedir ayuda a las personas adecuadas, profesionales capacitados para tratar estas enfermedades.

Existen muchos centros especializados en los que equipos multidisciplinarios trabajan y cuidan a la persona, dedicando la atención adecuada a los diferentes aspectos de la relación entre la persona y la patología, porque como decíamos antes estas enfermedades entran en la vida de las personas con implicaciones que abarcan varias dimensiones: física y mental, sentimental y emocional.

La decisión de buscar ayuda y solicitar atención médica es ardua y muy dolorosa. Esto se debe precisamente al gran poder de la enfermedad y a la lejanía de los dos mundos que entran en conflicto: el patológico y el real.

Cuando una familia se enfrenta a este «mundo» hay muchas cosas que suceden, muchos son los sentimientos experimentados, muchas son las pruebas que hay que afrontar.

Hablar con su hija o hijo sobre lo que está sucediendo es difícil, porque es difícil para quienes se encuentran con un trastorno alimentario percibirlo y reconocerlo como tal.

Las tensiones en la familia aumentan, así como la sensación de «no ser comprendido» y, por otro lado, la sensación de «no poder ayudar a su hija o hijo».
La convicción de ser impotente va acompañada del constante miedo a perder a un ser querido.

Por lo tanto, se hace muy importante pedir ayuda también para uno mismo, como padres, como personas que también necesitan ser escuchadas, apoyadas y acompañadas en este delicado período de su vida.

Algunos pequeños consejos

Luego hay pequeñas cosas, que en realidad son grandes cosas, que una mamá y un papá pueden hacer para ayudar.

Saber escucharse mutuamente, su hija o su hijo, para hacerles entender que «estoy aquí», «estoy aquí para ti, cuando me quieras, sabes que puedes contar conmigo». Incluso si estar ahí para un niño puede parecer obvio, escucharlo puede ser fundamental, especialmente cuando estás enfermo y todo se vuelve sombrío y aparentemente imposible de manejar.

En la mesa trate de alejar la conversación del tema de la comida, llamando la atención sobre otros aspectos de la vida: tanto porque hablar de la comida puede resultar contraproducente, al ser una fuente de ansiedad y malestar, como para hacer comprender a su hija o hijo que son mucho más que la enfermedad que padecen.

También puede ser útil buscar una forma de desahogarse, de compartir lo que se está experimentando.

A veces el deseo de gritar tu sufrimiento al mundo es grande, pero tienes miedo de no ser comprendido y de ser juzgado o culpado en su lugar. Esto es comprensible.

Sin embargo, hay oportunidades de poder hacerlo con mayor serenidad, recurriendo por ejemplo a las numerosas asociaciones en las que trabajan personas que han vivido experiencias similares, con las que es posible enfrentarse en una perspectiva de apoyo y de intercambio.

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